“Fuera mineras de nuestras fronteras”: fue la consigna que resonó fuertemente a las orillas y sobre el Lago Güija el pasado 21 de abril.
Ese día, la lucha contra la minería y la protección de la vida unió nuevamente a diferentes organizaciones ambientalistas de El Salvador y Guatemala, así como a comunidades de diferentes municipios para conmemorar el Día Internacional de la Tierra en un lugar donde la contaminación de un cuerpo de agua compartido por ambos países amenaza la vida misma.
Bajo el acalorado sol, el cielo con nubes sin relleno; sobre las balsas coloridas que cortaban el agua y que salpicaba con la fuerza que se rompía; con una pequeña batucada liderada con mujeres empoderadas; las voces gritaban: “fuera minera de nuestras fronteras”, mientras que defensores de derechos humanos, hombres y mujeres de las dos nacionalidades y de distintas edades, pero con la misma preocupación, navegaban sobre el azul enfermo del Lago Güija.
El proyecto minero Cerro Blanco, a cargo de la empresa Elevar Resources, representa un inminente peligro para los habitantes y la biósfera de El Salvador y Guatemala. Ubicado en Asunción Mita, Guatemala, y siendo separado solamente por alrededor de 9 kilómetros de vegetación entre la frontera con El Salvador, su amenaza se origina desde 2007 cuando la empresa ganó licencias de explotación de minería subterránea.
Desde esa fecha hasta la actualidad, su explotación minera ya se visibiliza en el Lago Güija con la presencia de altos niveles de metales pesados como arsénico, plomo, cadmio, entre otros, que sobrepasan las normas internacionales en calidad para la vida acuática y la salud de los habitantes. Así lo detalló un estudio de la ambientalista Cidia Cortez en 2019.
Así empezó a enfermar el Lago Güija.
El Lago Güija es una cuenca vital y estratégica para el abastecimiento de ambos países. Solo en el país salvadoreño, más de 3 millones dependen de él, indicó la representante de la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES), Nelly Rivera.
En 2021, la empresa solicitó cambiar el permiso para procesar un volumen de 1200 veces superior al establecido al inicio, pasar de una mina en túnel a una de tajo, que, a su vez, no solo dejará un cráter de hasta 370 metros de profundidad con un radio de 1200 metros, sino que también dejará una pila de relaves de 175 metros de altura que almacenará de forma permanente 54.7 millones de toneladas de relaves mineros que producirán drenaje ácido.
Los relaves mineros no son más que los desechos, producto de los procedimientos de la explotación minera, explicaron algunos ambientalistas.
Esta pila de desechos puede ser el inicio sin retorno de una grave contaminación del río Ostúa, el Lago Güija y el río Lempa.
El cuándo no se sabe, pero sí el tiempo que bastará para que estas cuencas reciban el tiro de gracia de la contaminación minera.
Según el estadounidense y ambientalista Dr. Steven Emerman, en caso de un colapso de esta pila de 175 metros de desechos mineros, bastarían alrededor de cinco minutos para que la comunidad de Trapiche Vargas, Guatemala, quedara soterrada; 12 minutos para que esparciera hasta el río Ostúa; 31 minutos a la frontera con El Salvador y 49 minutos para alcanzar al Lago Güija.
Menos de una hora bastará para la muerte de la vida de estos ríos y el Lago Güija.
Todo esto ocurre bajo la complacencia de los Estados de Guatemala y El Salvador. Doctores que deberían cuidar y tratar el Lago Güija y los cuerpos de agua que peligran debido a la contaminación minera. Doctores que no aparecen para la madre Tierra, pero sí para los intereses privados mineros que buscan el beneficio privado sobre el bien común.
Así, el Lago Güija y los cuerpos de agua aledaños esperan su tiro de gracia, y, a su vez, la fuente de la vida de millones de salvadoreños y miles de guatemaltecos.