Por: Juan de Sola, corresponsal de VOCES Diario digital
Una gran mayoría de las familias españolas viven al borde del abismo: el exacerbado precio de los combustibles, el gas y el suministro eléctrico ha situado a muchos hogares contra las cuerdas después de un notable deterioro de sus recursos. Algo impensable. Desde hace semanas, muchas personas encienden una luz o activan un electrodoméstico cruzando los dedos para que coincida con una franja horaria en la que el precio del kilovatio/hora tenga algo de clemencia. En ocasiones, misión imposible.
Ya se ha convertido en un hábito obligado el revisar la tabla de precios diarios de la energía para conocer cuáles son las horas más benévolas y poder desarrollar algunas de las actividades cotidianas en los hogares sin recibir un severo castigo. En algunos casos, las opciones son muy escasas. Por ejemplo, las personas mayores, con exiguas pensiones, son uno de los colectivos más afectados por el abusivo costo de los servicios básicos. Se han dado casos en un alto porcentaje de la pensión se lo lleva una compañía eléctrica. Pero, no son los únicos.
Hace tiempo que las ONGs y otros observadores sociales vienen advirtiendo de nuevos perfiles en la sociedad relacionados con los nuevos modos de pobreza relativa como el ‘trabajador pobre’. Se trata de una persona que dedica buena parte de su tiempo a una actividad laboral y a cambio recibe unos rendimientos económicos insuficientes para garantizar elementos tan básicos como una vivienda digna, una alimentación equilibrada, suministros energéticos o acceso a servicios de comunicación como teléfono o internet. Y, en no pocas situaciones, varias de estas necesidades no se logran cubrir en la vida de numerosas familias por incapacidad económica para afrontar costes inasumibles que, de un tiempo a esta parte, se han visto agravados.
La imparable escalada de precios de los últimos meses tampoco ha concedido un leve respiro a los bolsillos de las economías españolas más modestas o comprometidas. Ante esto, muchos han optado por racionalizar su consumo energético, con medidas radicales, llegando a grados impensables hace un año. Hasta tal punto de prescindir de acciones cotidianas como cocinar o poner la calefacción en este tramo final del invierno. En otras palabras, comer frío y pasar frío en casa. Es parte de la desesperada respuesta de quien se ve sobrepasado por los costes de vida.
Desde Bruselas, el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el español Josep Borrell, ha conminado a todos los europeos, principalmente, los más dependientes de los suministros energéticos procedentes de Rusia (caso de Alemania), que prescindan del uso de los sistemas de calor y climatización para combatir el frío. O, al menos, que los activen el menor tiempo posible. Lo dice en un mes de marzo en el que las bajas temperaturas se imponen de manera implacable. Con contundencia. En Berlín, no hay noche que el termómetro no se sitúe por debajo del cero, en valores negativos. Desde luego, se ha vuelto difícil pensar que pasar frío sea la única solución al alcance en un escenario que respiraba, hasta hace bien poco, aires de progreso. Además, con esta referencia, el funcionario dejó patente el poco o nulo margen de maniobra que tiene la política comunitaria para gestionar fuentes alternativas de energía.
Casualmente, la guerra en Ucrania, por la invasión de Rusia, está provocando alternaciones en el suministro de gas a Europa. Un hecho que, como era previsible, ha disparado el precio del gas en los cuatro puntos cardinales del viejo continente. Una circunstancia que también afecta, de manera directa, a la factura de la luz porque, en el pasado, la presión de las compañías eléctricas logró que las tarifas estuvieran asociadas a las del gas. Nada tiene que ver un recurso con otro, un criterio incomprensible y difícil de argumentar, pero se aplica con el máximo rigor. Dinero llama a dinero.
Ante esto, el gobierno de España y la UE tratan de buscar alguna solución que alivie una inflación de precios sin precedentes en los últimos años. Un asunto que no se antoja sencillo a corto plazo y en el que no conviene improvisar medidas que pueden agravar, aún más, las actuales condiciones. Y, mientras tanto, la oscuridad y el frío continúan con su sólida amenaza ante las puertas de millones de familias que recalculan, obsesivamente, sus gastos con la esperanza de encontrar algo más donde poder recortar para no llegar a final de mes con el agua al cuello.
*Foto: Gabriel Bouys/ AFP