DagobertoGutiérrez
Los diez años de la década del sesenta son una especie de antesala en vivo, de la ampliación y profundización del proceso revolucionario. Para el Partido Comunista, este fue un escenario en donde se pudo cosechar el vigoroso cultivo político, ideológico y cultural de los años cincuenta. El Partido tenía una fuerte influencia en la Universidad de El Salvador (UES), con organización estudiantil, con docentes importantes, con autoridades, y toda esta población era, o miembros del Partido, o amigos o aliados.
Al inicio de esta década, y bajo la conducción del Rector Fabio Castillo Figueroa, arranca la reforma universitaria. Esta fue un proceso que buscaba poner en sintonía la educación superior con el proceso económico que avanzaba en la estructura económica del país. Todos sabemos que la universidad es, en definitiva, un rodaje del sistema y responde a él; de tal manera que, mientras en el país se desarrollaba un proceso de industrialización y aumentaba la producción industrial y la exportación, la UES estaba dejando de ser una institución elitista para abrir sus puertas a miles de muchachas y muchachos que acudían a las aulas, en las que se fortalecían la educación científica, la investigación y el vínculo entre la educación universitaria y la realidad socio política del país.
A todo este proceso se le llamó: democratización de la Universidad. Vinieron profesores del extranjero, se reformaron los currículos, se construyeron laboratorios, se cultivaron los experimentos y la práctica en el terreno, se amplió la matrícula en la facultad de medicina, y se construyó una moderna escuela de medicina. Toda la ciudad universitaria era un centro de mucha construcción, actividad estudiantil, eventos científicos, discusión política e ideológica de organizaciones de diferente tipo. En esos años, la ciudad universitaria era una especie de luz encendida que convocaba a todo el pueblo a aprender, a discutir y a conocer más de la ciencia y de la realidad del país.
Este proceso permitió en esos años que en el trapiche de la actividad científica se empezara a moler los problemas históricos de la sociedad, y la ciencia que se cultivaba, al trabajarse desde el pueblo, tenía un bando muy definido y empezó a chocar con el viejo poder oligárquico, que entendió una vez más que la ciencia y la reflexión científica pueden ser una amenaza a sus negocios e intereses. Por eso, aunque este proceso universitario era sinfónico con el proceso estructural que se realizaba en el país, fue chocando en sus esquinas, en su ritmo, en sus procesos y discursos, con el orden, que se defendía con todos sus recursos.
Esos eran los años de la victoria de la revolución cubana, de la derrota imperial en Girón y de abundante entusiasmo popular por conocer y entender la lógica de los procesos revolucionarios. Se estaba aprendiendo a mirar la historia como un proceso vivo que estando en manos de los pueblos, no enfrenta a los malos contra los buenos, ni al bien contra el mal, sino, en un proceso revuelto, los pueblos pueden hacer avanzar sus intereses pero enfrentados mortalmente, esto sí, a los intereses de los poderes establecidos. Se multiplicaron los círculos de estudio y el Partido Comunista pudo llegar a lugares y sectores a los que nunca había tenido acceso, crecieron los grupos campesinos, y en el mundo sindical se pasó a estudiar la economía política; en tanto que la historia del país pasó a ser un tema permanente en todos los grupos clandestinos de estudio que crecieron en el oriente, en el centro y en el occidente.
El área de San Salvador fue un centro motorizador de gran cantidad de células partidarias interesadas en la historia. Acontecimientos como los de 1932, que estaban sepultados en inmensas hojarascas de olvido, aparecieron por primera vez con detalles totalmente desconocidos y explicaciones novedosas. Y se pudo, en ese escenario especial, establecer el vínculo permanente entre esos acontecimientos de un pasado reciente, de hacía apenas 30 años, y los hechos que estaban ocurriendo en esos años sesenta. Esta fue una escuela intensa para las masas populares.
En esos años se realizaron exposiciones fotográficas sobre los hechos del 32, pláticas y conferencias, se editaron materiales informativos, y Miguel Mármol, un fundador del Partido Comunista, y sobreviviente de la matanza de los años 30, surge entre los pliegues del tiempo como una voz que testimonia los hechos que se denunciaban. Así apareció ante miles de estudiantes universitarios, obreros, campesinos y gente del pueblo, una palabra autorizada y legítima como la de Miguel, que contaba, explicaba y construía ante el pueblo ávido de conocer como habían ocurrido los hechos de esos años. Miguel explicaba el papel del Partido Comunista, situaba históricamente a Feliciano Ama, a Chico Sánchez, a Modesto Ramírez, y a muchos hombres y mujeres fusilados o desaparecidos. El férreo anticomunismo, construido en la conciencia social a partir de esos años, empezó a ser derrumbado y el papel del Partido empezó a ser entendido de otra manera.
Cuando el pueblo se daba cuenta que 30 años después, el Partido Comunista, que había sido fusilado, perseguido y aislado hasta la extinción, ese mismo partido estaba en pie, manteniendo vigorosa y saludable su posición, más fuerte que nunca, inclaudicable en sus principios, hablando con una voz autorizada y educando políticamente. Como nunca antes, creció el prestigio del Partido. Seguía siendo cierto, que el anticomunismo se mantenía en pie, pero ahora, varias puertas que antes estaban cerradas para el PC, hoy estaban abriéndose, creció el prestigio intelectual del partido, aprendimos en esos años intensos, sobre la importancia de la flexibilidad política y la necesidad de comunicarnos con diferentes sectores, con distintos rangos ideológicos y poder económico.
Esos fueron los años donde el trabajo sindical del Partido floreció como nunca antes y la comisión sindical formada para atender esa actividad era la más activa y la que mayor atención requería. Este fue el escenario que abrió las ventanas para una nueva oleada de represión, como explicaremos a continuación.
San Salvador, 24 de abril del 2021