Dagoberto Gutiérrez
El actual evento electoral en los EEUU requiere ser abordado a partir de las crisis del imperio estadounidense. Aparentemente, las elecciones se realizan en el terreno de la república, pero en este caso, se trata del más complejo vínculo entre una república situada en el continente americano y un imperio instalado en todo el planeta.
Esta es una relación con muchos desencuentros porque el bienestar de los habitantes de esa república depende del poderío de un imperio con capacidad de pillaje sobre las riquezas naturales, sobre democracias, gobiernos. De tal manera que todo esto esté al servicio de las necesidades de la república, que, a su vez, debe garantizar una buena salud para ese imperio. Para eso hay miles de bases militares en el planeta. Organizan guerra que llaman de baja intensidad cuando lo consideran conveniente.
Pero toda esta actividad camina sobre dos piernas, con mucha relación, pero también con relativa independencia; y ambas piernas tienen, en este momento, serias dificultades: el imperio, que sigue siendo altamente peligroso y agresivo, ya no puede imponer su voluntad omnímoda, ni en todo tema ni en todas partes; y la republica sufre de problemas económicos, políticos y morales, al grado tal que aumenta el número de pobres aceleradamente.
La formula electoral basada en un solo partido político, que funcionan con dos formas partidarias, republicanos y demócratas, ya no puede encantar a la población, como lo ha hecho desde la independencia. Este quiebre ideológico y político es lo que explica el aparecimiento y la presidencia de un personaje como Donald Trump, que, sin pertenecer a ninguno de los partidos, de los dos que funcionan, llegó a ocupar la presidencia del país.
Republicanos y demócratas no parecen tener diferencias sustanciales en tanto partidos políticos, pero eso sí, difieren en relación con los bloques de poder cuyos intereses defienden y para los que trabajan desde el gobierno. Este es el punto esencial ya que el conocimiento de los intereses económicos de los conglomerados para los que trabajan republicanos y demócratas, permiten entender las confrontaciones políticas, esenciales, por las que atraviesa el imperio. No son los dos candidatos, Trump y Biden, los que se han enfrentado, aunque eso sea así en la cancha electoral. Y, como dicen ahora: la buena noticia es que perdió Trump, la mala noticia es que ganó Biden.
La diferencia entre uno y otro no parece decirle mucho al pueblo, que sufre de diversas maneras los efectos de la crisis, sobre todo, en los últimos meses, de la muerte y desesperación ante la pandemia del covid-19. Más bien se trata de un conjunto de intereses de diferentes sectores: los emigrantes, por ejemplo, necesitan otra política que los libre de la deportación; los grandes empresarios están interesados en que el comercio planetario funcione sin las restricciones actuales; los grandes banqueros se mueven para que los capitales circulen con fluidez; el consorcio militar industrial interesado en la industria de la guerra y en la venta de armas a quien sea; los bloques energéticos moviendo sus intereses para capturar el petróleo donde éste se encuentre. Y el pueblo llano estadounidense, generalmente desinformado, optando por uno o por otro, por múltiples razones, aciertos o equívocos.
Para varios países hermanos, la derrota de Trump significa un respiro de mucha importancia, y aunque sabemos que los demócratas son guerreristas consumados, y que Trump no montó ninguna guerra en sus cuatro años, es importante ganar tiempo, si esto se puede hacer.
Esta multiplicidad de intereses en juego nos muestra un imperio que está muy lejos de toda cohesión y de toda unidad, lo cual significa que el gigantesco aparato ideológico que mantiene amarradas las conciencias en la sociedad estadounidense, ya no parece funcionar con la eficiencia requerida. Cuando ese imperio resulta ser el más incapaz de todos los países para manejar la pandemia del Covid, y cuando aparece muy inferior frente a la capacidad de Cuba, en lo técnico, en lo científico y en lo político, para el manejo de la misma pandemia. Y cuando este imperio es incapaz de producir una vacuna, y cuando presenta graves problemas de corrupción, de agotamiento de los partidos políticos, y es incapaz de aparecer ante el mundo como la más alta autoridad moral y ética en procesos como los electorales. Cuando todo esto ocurre ante los ojos de todo el mundo y a plena luz de día, resulta obligado pensar que ese imperio tiene enfermedades delicadas.
Los ganadores y perdedores en el terreno electoral han movido grandes bloques de electores, porque el pueblo, con mucha sabiduría política, entendió que este es un momento cardinal donde se esta jugando mucho más que esas dos candidaturas y hay que hacer a un lado al enemigo principal más peligroso, que en este momento resulta ser Trump, para después encargarse de los que van a llegar. Cuando hablamos de pueblo estadounidense sabemos que se trata de un abigarrado conjunto de americanos, tanto estadounidenses como latinoamericanos, asiáticos, europeos, negros, y de otros orígenes. Pueblos que son jurídicamente estadounidenses y por eso pueden votar, pero hay millones y millones que no pueden votar, pero que son productores de riqueza en esa sociedad, donde todo está dividido, en la profunda división estructural entre ricos y pobres, que cruza de norte a sur a todo esta sociedad, y que constituye el espacio donde se construyen, posiblemente, los mejores entendimientos, el sentido de pueblo que siempre resulta ser la mayoría de una sociedad, que descubre que sus intereses y su reivindicaciones pueden ser comunes en diferentes sectores.
Para nuestros países, con pueblos asolados por el hambre y la explotación, siempre será importante lo que ocurra en ese imperio, y será siempre necesario que, teniendo los pies en nuestro suelo patrio, podamos tener la cabeza en el mundo, para establecer entendimientos, conocimientos y relaciones con todos los países del planeta, para aprender a ser independientes en lo científico e intelectual, como única manera para asegurar la independencia económica y construir la ciencia que necesitamos.
San Salvador, 08 de noviembre del 2020.