Armando Briñis Zambrano
La presidencia del republicano Donald Trump, envuelta en la polémica desde antes de su comienzo, tocó este histórico miércoles 6 de enero de 2020 fondo, con el asalto violento de sus seguidores al Congreso, un hecho sin precedentes en la democracia estadounidense alentado por el propio presidente estadounidense. El asalto a la sede del legislativo federal se produjo después de que el propio Trump arengara a sus seguidores congregados en Washington, y les repitiera el rosario de teorías conspirativas a las que atribuye su derrota electoral, que sigue sin reconocer.
Acto seguido, los manifestantes se congregaron frente al Capitolio, donde se celebraba la sesión de las dos cámaras del Congreso para refrendar el resultado de los comicios ya confirmados por el Colegio Electoral, el pasado 14 de diciembre. El presidente saliente había animado a sus seguidores desde el pasado fin de semana y les había instado a participar en la protesta.
Incluso mientras los manifestantes asaltaban el Congreso y provocaban la interrupción de la sesión, Trump siguió tuiteando para justificar esa acción violenta y respaldar a sus seguidores.
«Esto son cosas y eventos que pasan cuando una victoria electoral arrolladora es arrebatada de manera tan abrupta y viciada a los grandes patriotas que han sido tratados tan injustamente y mal durante tanto tiempo. Idos a casa y en paz ¡Recordad este día para siempre!»[1], escribió Trump en un tuit que fue eliminado y provocó la suspensión temporal de su cuenta.
Desde que se conocieron los resultados de las elecciones de noviembre, Trump se ha negado a reconocer su derrota y, con el argumento infundado del fraude, ha intentado impedir a toda costa que se reconozca la victoria de su oponente demócrata, Joe Biden.
Unas horas antes de la sesión legislativa de este miércoles, pidió a su vicepresidente, Mike Pence, que debía presidirla, desconocer la certificación del Colegio Electoral de la victoria de Biden, algo ilegal y sin precedentes en la democracia estadounidense. Pence se negó a ello y, para que no quedase ninguna duda de su postura, envió una carta a los legisladores. «Es mi juicio meditado que mi juramento de apoyar y defender la Constitución me impide reclamar autoridad unilateral para determinar qué votos electorales deben contarse y cuáles no»[2], escribió Pence a los congresistas.
Antes de esta acción exasperada, Trump ha interpuesto decenas de demandas en varios estados para impugnar los resultados electorales alegando un «fraude masivo», pero en todos los casos sus demandas fueron rechazadas por falta de pruebas. También presionó personalmente a gobernadores republicanos y a fiscales estatales para que le apoyaran en sus denuncias.
El pasado fin de semana (enero 2020), llegó a presionar personalmente en una llamada telefónica a las autoridades electorales de Georgia para que cambiasen a su favor el resultado de las votaciones en ese estado, donde ganó Biden. En la llamada, que fue filtrada a los medios, Trump pidió sin el menor pudor al secretario de Estado de Georgia, el republicano Brad Raffensperger, la máxima autoridad electoral del estado, que «encontrara» los votos suficientes para darle a él como ganador.
«Todo lo que quiero hacer es esto. Solo quiero encontrar 11.780 votos, que es uno más de los que tenemos», dijo Trump. Esa llamada generó una petición de congresistas demócratas al FBI para que investigase una solicitud o conspiración para cometer varios delitos electorales.
A raíz de los acontecimientos del miércoles 6 de enero, varios legisladores demócratas pidieron al vicepresidente Pence que invoque inmediatamente la Enmienda 25 de la Constitución y destituya al presidente Trump de su cargo, por incitar el caos y la violencia. Otros legisladores demócratas pidieron someter a un juicio político inmediatamente a Trump y expulsarlo de la Presidencia tan pronto como el Congreso reanude sus sesiones.
Trump ya fue sometido a un juicio político, que finalmente no tuvo consecuencias para él, por haber presionado en una llamada telefónica al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que abriera una investigación por corrupción contra Biden, entonces favorito para la candidatura demócrata, y contra su hijo Hunter, que trabajó para la compañía de gas ucraniana Burisma. Pese a no conseguir embarrar la imagen de Biden con la ayuda de Ucrania, Trump se centró algún tiempo en las supuestas informaciones escandalosas sobre Hunter.
Para esas fechas, Trump ya estaba poniendo en entredicho el sistema electoral estadounidense, sentando las bases de las denuncias que luego ha presentado como un fraude, algo que ya había hecho antes de las elecciones de 2016, pero en esa ocasión ganó inesperadamente la Presidencia a Hillary Clinton y no necesitó recurrir a ellas.
Después de que las autoridades recuperaron el control del complejo del Capitolio, el Congreso regresó a trabajar el propio día miércoles por la noche y celebró dos rondas de votación que culminaron con la ratificación de la victoria de Biden el jueves temprano. El vicepresidente, Mike Pence, quien se había distanciado de Trump al pedir que se procesara a los manifestantes que habían ingresado al Capitolio, presidió la certificación de los 306 votos de Biden en el Colegio Electoral.
La ocupación del Capitolio llevó a los republicanos que habían apoyado el reclamo de Trump a reducir sus objeciones planeadas, y los senadores forzaron el debate sobre solo los electores de dos estados en lugar de los seis que planeaban originalmente, por lo cual la victoria del presidente electo demócrata se selló después de que los miembros de la Cámara de Representantes y el Senado rechazaran una ronda final de objeciones al resultado de las elecciones del 3 de noviembre planteadas por un grupo de republicanos en nombre de Trump.
Poco después de que los legisladores certificaran los resultados la madrugada del jueves, Trump dijo en una declaración que habría una “transición ordenada” del poder a Biden el 20 de enero; pero señaló que seguía “en desacuerdo con el resultado de las elecciones”, sin reconocer, incluso en estos momentos aciagos de la historia estadounidense, su derrota electoral.
Con esta actitud el poder de la “mejor” democracia pierde su esencia y muestra su debilidad. Por primera vez en 207 años, los cimientos democráticos estadounidenses se han tambaleado y este nivel de manifestación, de severidad, de bestialidad política comandado por Trump y trasladado al sector más radical de sus seguidores ha hecho que la “Marca EE.UU.”, se haya visto afectada y que su imagen en el exterior haya quedado perturbada. Se trata, posiblemente, del último inconexo de las cuatro años de gobierno del presidente saliente, la última intentona de revertir unas elecciones legítimas, su vergonzante jugada final, ésa que pondrá la cereza al pastel de su legado: el cómo dos semanas antes de su marcha de la Casa Blanca, alentó a sus virulentos seguidores a que atentaran contra la democracia que un día juro defender.
[1] AFE. “Y, finalmente, la presidencia de Donald Trump tocó fondo”. https://es.yahoo.com/noticias/presidencia-trump-toca-fondo-asalto-031014880.html
[2] Ident.