Armando Briñis Zambrano*
Cuba celebra este 19 de abril el aniversario 60 de la victoria de las fuerzas revolucionarias encuadradas en la unión del Ejército Rebelde con la Milicias Nacionales y la Policía Nacional Revolucionaria, sobre una fuerza invasora de traidores cubanos, compuesta por mil 500 hombres, equipada, entrenada y financiada por el gobierno de Estados Unidos, especialmente de la CIA.
Este día que trasciende a la historia de nuestro continente, como la primera gran derrota militar estadounidense en América, y es sin lugar a dudas un símbolo de la decisión de los cubanos de decidir, su destino, como Estado-nación libre e independiente de los dictados estadounidenses.
Desde el triunfo de las fuerzas guerrilleras lideradas por Fidel Castro el 1 de enero de 1959, la administración estadounidense vio con extremo desagrado las disposiciones adoptadas por los dirigentes del naciente gobierno. Entre las decisiones más importantes adoptadas para beneficiar a la población pobre, la ley más significativa fue la de Reforma Agraria, que expropió la tierra a numerosos latifundistas nacionales y a consorcios foráneos, en especial a norteamericanos. La United Fruit Co. entre ellas.
Por esto el gobierno estadounidense de Eisenhower primero y Kennedy después comenzaron a presionar y agredir económicamente a Cuba con medidas como la anulación de la cuota azucarera, la prohibición de exportar piezas de repuesto, además de suprimirle el suministro de petróleo. Estas medidas fueron parcialmente limitadas por la posición de la desaparecida Unión Soviética de comprar el azúcar y suministrar petróleo a la isla.
Como colofón, los gobernantes de estadounidenses implantaron un riguroso y férreo bloqueo económico, aún vigente a pesar de transcurrir el año 21 del tercer milenio, las relaciones restablecidas y la visita del entonces presidente Barack Obama en marzo 2016, las medidas de la Administración Trump para borrar el legado Obama y los casi 100 días de una nueva Administración estadounidense (Biden) que no ha hecho nada en favor del mejoramiento de las deterioradas relaciones entre ambos países.
En marzo de 1960, el entonces presidente Eisenhower ordenó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), financiar, reclutar y entrenar a una fuerza de exiliados cubanos en EE.UU. para invadir a la nación caribeña. Exiliados mayoritariamente ex miembros de la derrotada dictadura batistiana, expropiados corruptos y otros testaferros del antiguo régimen.
La brigada mercenaria fue entrenada con el mismo guión de las unidades de asalto anfibio del ejército de Estados Unidos, recibió el apelativo de Brigada 2506, y se le incorporaron equipos blindados (tanques), armas automáticas y una treintena de aviones que debían mantener la superioridad aérea, al clásico estilo de los manuales de guerra estadounidenses.
A su vez y después de varios estudios, la CIA escogió como territorio para la invasión una franja de playa en la Ciénaga de Zapata, región ubicada al sur de la occidental provincia de Matanzas, con exigua población y una sola vía de acceso directa, lo cual la hacía fácilmente defendible a la espera del desembarco directo de unidades del ejército gringo.
El Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia acordaron denominar «Pluto» a esta operación cuyo objetivo político militar era, tras el desembarco, aislar la zona, establecer una cabeza de playa y formar un “gobierno” que llamara en su “auxilio” a Estados Unidos.
La invasión comenzó en la madrugada del 17 de abril de 1961 por Playa Larga, en el arco norte de la Bahía de Cochinos, y por Playa Girón, en el flanco derecho de la rada. Los invasores arribaron desde Puerto Cabezas, Nicaragua, en cinco barcos mercantes artillados y nombrados Houston, Atlantic, Río Escondido, Caribe y Lake Charles, además de contar con dos unidades de guerra LCI empleadas por la marina norteamericana. También dispusieron de tres barcazas LCU para transporte y desembarco de equipos pesados, y de otras cuatro embarcaciones denominadas LCVP para carga y traslado de personal, además de un cuerpo de paracaidistas que fueron lanzados en las avanzadas de la invasión por la región de Palpite.
Los mercenarios a pesar de la superioridad lograda en el desembarco, chocaron con la férrea defensa de los milicianos apostados en la zona y después de cruentos combates donde perdieron la aviación, parte de sus fuerzas terrestres y marítimas y el coraje, ante los incesantes ataques de las fuerzas cubanas, dirigidas por el propio Fidel Castro desde el mismo escenario de los hechos, fueron aplastados y su último reducto de defensa en Playa Girón, cayó el 19 de abril, en alrededor de 66 horas. El mundo conoció la noticia de que América Latina comenzaba a dejar de ser el traspatio de las aventuras yanquis.
En los combates la fuerza mercenaria atacante tuvo un total de alrededor de 100 muertos y mil 197 prisioneros, mientras que por la parte cubana cayeron 155 combatientes con un número de más de 1000 heridos. Los prisioneros, los traidores a su patria fueron perdonados magnánimamente por la revolución victoriosa, merecían la pena capital por actuar como mercenarios al servicio de una potencia extranjera; pero fueron canjeados por compotas y otros alimentos para los niños cubanos.
Hoy, a 60 años de esa catástrofe de la política exterior estadounidense, se debe imponer en la administración Biden el único camino posible de la reconciliación entre ambos países, el dialogo que respete la soberanía de la Nación Cubana. El otro camino, ya trillado, solo conduce al enfrentamiento de los antiguos rivales de la Guerra Fría.
*Investigador y catedrático de la Universidad Luterana Salvadoreña