Dagoberto Gutiérrez
Es muy posible que la pandemia del Corona Virus sea la mayor crisis que hayamos sufrido en nuestra historia, desde la invasión europea de 1524 hasta la actual guerra social. Sin embargo, la dimensión, profundidad y repercusiones de la pandemia, parecen superar, hasta ahora, todo cálculo de posibles consecuencias.
Afirmamos esto porque ha sido el enfrentamiento contra una enfermedad causada por un virus invisible y todopoderoso, lo que captura en primera instancia la imaginación. Pese a esto, la pandemia tiene, como un molino de viento de los tiempos de Don Quijote, varias aspas que giran y traen consecuencias en diferentes ángulos. Veamos algunos:
En primer lugar, es sabido que nuestro país no estaba preparado para un evento de este tamaño, como no lo está para otros de menor dimensión. Y así, las políticas de salud e instalaciones hospitalarias fueron superadas con relativa facilidad, y el aparato público de salud, al ser superado por los acontecimientos, tampoco desplegó inventiva ni originalidad. Resultó evidente la distancia cada vez más creciente entre la política gubernamental y la política de las organizaciones medicas del país. Aquí se produjo un encontronazo inevitable, y las diferentes opiniones y enfoques sobre el manejo de la crisis, definieron un escenario donde los médicos, las enfermeras y los trabajadores de salud, no estuvieron casi nunca de acuerdo con las políticas del gobierno y este gobierno, como ocurre con los generales sin tropa, optaron por una confrontación permanente y por la renuncia de todo esfuerzo para informar, convencer y persuadir al personal de salud sobre la corrección y justeza de su política.
En segundo lugar, la pandemia fue el escenario político de confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo, más allá del personal médico. Y aunque la dirección ejecutiva y la producción de leyes no deberían estar separadas, el encontronazo entre ambos órganos constituye un importante punto de encuentro entre el Ejecutivo y partes importantes del pueblo que odian, repudian y rechazan todo lo que tenga que ver con los partidos políticos, incluyendo a los diputados.
Este enfrentamiento afectó la parte legal y política de las medidas sanitarias porque, según la dimensión del Ejecutivo, ni el código de salud ni la ley de protección civil eran suficientes para un marco legal adecuado a su política. El régimen de excepción procede en circunstancias de epidemia, pero solo puede ser establecida por la Asamblea Legislativa, o el consejo de ministros, cuando ésta no está reunida (que nunca deja de estarlo). De aquí se saltó al territorio de la Constitución, de modo que, en plena pandemia, cuando los hospitales eran superados por los enfermos y el número de muertos aumentaba aceleradamente, el debate político puso en el centro la inconstitucionalidad de las medidas gubernamentales.
En tercer lugar, en el abordaje de la pandemia se definieron dos torrentes de opiniones, de fuerzas, de agrupamientos, que, aunque jugaban en pleno enfrentamiento, en realidad, viendo las cosas reflexivamente, no tenían ni tienen intereses totalmente enfrentados. Estos agrupamientos son: por un lado, el bloque gubernamental, por otro lado, otra fracción del bloque gubernamental que controla el poder judicial y el poder legislativo. Aquí están agrupadas, además, organizaciones empresariales, bancos de pensamiento, partidos políticos y todo lo relacionado a lo partidario; mientras que en el bloque gubernamental aparecen equipos de gobierno, el presidente Donald Trump, y ahí termina la lista.
Como podemos ver, esta confrontación se desarrolla en el terreno del régimen político, que es el sostén de todo el sistema, que hasta ahora permanece seguro y asegurado. El régimen amenazado es el que se consolidó al final de la guerra civil de veinte años, cuando se estableció que los partidos políticos serian la base del régimen, y sobre todo, los partidos ARENA y FMLN, que debían funcionar como la viga maestra de todo el régimen que se estaba construyendo.
En cuarto lugar, la pandemia estableció, aunque brevemente, una nueva relación de las personas con la naturaleza, y así, por primera vez en largas décadas, las ciudades se vieron libres de la contaminación, la fauna y la flora gozaron de abundante oxígeno. La tranquilidad diurna y nocturna inundó las plazas y las viviendas de los seres humanos, y millones de personas descubrieron formas novedosas de comunicación. Aunque la figura usada fue de distancia social, en realidad, la distancia establecida fue siempre individual porque la sociedad siempre se comunicó entre sí y con la naturaleza.
En este ámbito es donde estalló la confrontación entre la economía del mercado capitalista y los seres humanos abatidos por la enfermedad. Y esta fue una pesada línea divisoria que terminó rompiendo la vida anormalmente normal que millones de salvadoreños y salvadoreñas llevaban dentro de las cuarentenas. A estas alturas de la crisis, el mercado controla nuevamente la vida e impone sus precios a sus víctimas.
Finalmente, es necesario puntualizar que el factor determinante durante toda la crisis, desde el principio hasta el final, fue la sabiduría del pueblo, el cálculo y la prudencia de la gente, y aunque pende la amenaza de un rebrote o una nueva oleada, conviene saber, ante todo, que la oleada original de esta pandemia no parece haber terminado, y de nuevo, la clave de toda la política de salud, una vez más, está en manos del pueblo y de sus comunidades. Pase lo que pase en el futuro mediato o inmediato, el pueblo ha hecho y está haciendo la más valiosa y la más cara de las experiencias que hayamos hecho en toda nuestra historia.
Sin duda que esto nos preparará para los nuevos momentos que vienen, los que se huelen en el viento y se leen en las hojas de los árboles.
San Salvador, 25 de octubre del 2020.