Armando Briñis Zambrano
Las semanas previas a la Novena Cumbre de las Américas, organizada por Estados Unidos en Los Ángeles, California, fueron turbulentas y se acumularon las preguntas en torno a los temas que dominaron las conversaciones, los compromisos que se anunciarán y lo que ha sucedido con las relaciones entre Estados Unidos y el resto de la región desde que se celebró la primera reunión de este tipo en 1994. La posición de no asistir por Manuel López Obrador y otros presidentes de la región sentaron una posición y precedente para las próximas cumbres.
Por otro lado, la migración fue una preocupación central, no sólo por el aumento de los flujos migratorios, sino también por lo que significa para la política interna de Estados Unidos. El número de personas migrantes que viajan desde el sur en los últimos años, incluyendo un elevado número de personas procedentes de América Latina, ha aumentado drásticamente, y no es probable que esto cambie a corto plazo. Biden ha tenido poco éxito a la hora de hacer retroceder algunas de las medidas migratorias draconianas de Trump, como el Título 42 y el programa “Permanecer en México”, cuya finalización ha sido bloqueada por las cortes estadounidenses.
Es probable que las próximas elecciones de mitad de período al Congreso en Estados Unidos compliquen aún más la voluntad de la administración estadounidense de realizar cambios notables desde Washington. Mientras que los cambios políticos en Estados Unidos parecen estar estancados, la administración está trabajando para alcanzar acuerdos bilaterales sobre migración y protección de migrantes La firma de una declaración regional sobre migración y protección, se queda corta en comparación con las proporciones del problema.
Otros resultados de la IX Cumbre de las Américas, entre ellos el denominado Plan de Acción sobre Gobernabilidad Democrática, desde antes de la cumbre se pueden considerar un fracaso. El texto desbalanceado y sesgado, desconoció la diversidad y pluralidad política y social de la región latinoamericana.
Como han reconocido la ONU y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (Celac) no existe un único modelo de democracia y debe respetarse el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político, económico, social y cultural.
La posición del país anfitrión sobre el tema se demostró desde antes de la celebración de la cumbre, cuando decidió unilateralmente excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela de la reunión y desoyó los reiterados reclamos de numerosos jefes de Estado para que estuvieran presentes todos los países del hemisferio.
También se ha señalado que otro de los documentos aprobados, el Plan Acción Hemisférico sobre Salud y Resiliencia, como excluyente e ineficaz. Al respecto consideramos que la actuación coordinada de todos los Estados debe ser primordial para mejorar la salud y el bienestar de nuestros pueblos, no una actuación unilateral estadounidense.
Tal consideración, a juicio de observadores, cobra especial relevancia en el caso de Cuba, nación que, a pesar de sus grandes limitaciones de recursos, sobresale a nivel internacional en la colaboración en el campo de la salud, con contingentes de médicos que han trabajado en los lugares más recónditos y pobres del planeta.
Se destaca así mismo, que mientras Washington habla de apoyar la salud para todos en la región, el férreo bloqueo que mantiene desde hace más de 62 años contra Cuba impide el acceso de la isla a medicinas y equipos médicos fabricados por empresas estadounidenses y de otras naciones por tener componentes estadounidenses (más de un 10 por ciento).
El ejemplo más reciente de ello fue durante la pandemia de Covid-19, cuando las autoridades de Estados Unidos impidieron que la isla adquiriera respiradores mecánicos y otros insumos médicos imprescindibles para enfrentar esa enfermedad y debió asumir ese reto con sus propios recursos, saliendo adelante a pesar de todo.
Destacamos, que la influencia de Estados Unidos en la región ya no es lo que era y aunque muchos países siguen contando con Estados Unidos como su principal socio comercial, de inversión, de cooperación o financiero, el tablero geopolítico de la región ha cambiado radicalmente. La consolidación de China como superpotencia global con influencia económica en América Latina, así como el distanciamiento de Estados Unidos, o incluso de ruptura de relaciones entre Washington y sus vecinos del sur, son algunas de las razones de que la influencia estadounidense sea menos evidente.
Hoy, América Latina parece mucho menos dispuesta a que Washington le diga lo que tiene que hacer y parece cada vez más difícil para la otrora potencia hegemónica, contrarrestar el papel de China y Rusia en el área y en el mundo.