Armando Briñis Zambrano
Ya es historia Donald Trump, el 45 presidente de Estados Unidos fue derrotado en las elecciones de 2020. Fuera del establishment político, con dos divorcios y tres matrimonios e incluso con importantes miembros del propio partido republicano opuestos a su candidatura, con todos los grandes medios de comunicación en contra, menos la cadena FOX, con menos de la mitad de dinero de campaña en comparación de los más de 500 millones de la entonces aspirante demócrata, antinmigrante declarado, especialmente contra los de origen hispano, islamófobo y abierto anti feminista, había ganado en 2016 contra todo pronóstico. Hoy se une al grupo de los presidentes estadounidenses no reelectos.
Quizás por primera vez en la historia reciente de unas elecciones de Estados Unidos; pero cosa cada vez más común en el mundo de la política actual, las encuestas fueron interpretadas de manera errada y la supuesta favorita fue la gran derrotada en la contienda ese año por el voto del Colegio Electoral, a pesar de haber ganado por casi tres millones de votos el llamado voto popular.
¿Quiénes le dieron la victoria en 2016 en el Colegio Electoral Estadounidense? Los votantes blancos de la clase media y baja de Estados Unidos, los que han perdido sus empleos ante la competencia del mercado chino y otros mercados emergentes, los descontentos con las políticas de ocho años de Obama, los que temen perder su mayoría racial ante las minorías hispanas, asiáticas y de donde vengan. A la vez mayoritariamente relacionados con sectores religiosos conservadores.
Las encuestas buscaron a los latinos y otras minorías cuando desde siempre la clase media blanca han decidido las elecciones en EE.UU. A ese sector todavía mayoritario había lanzado su mensaje, aparentemente disparatado, enloquecido, vociferante y alarmista, el 45 Presidente de la Unión Americana. Destacamos al respecto, que la afluencia de votantes a las urnas ese 2016 de las grandes minorías latinas y negras fue mucho menor que en tiempos de Obama. Elemento que parece haber cambiado en estas elecciones de 2020 en donde luce que ha existido un voto anti-Trump, quizás más que un voto por Biden.
Por otra parte los acontecimientos en torno a los comicios en Estados Unidos contradicen el mito de ‘gran nación democrática’ que sus principales líderes, de uno y otro partido, intentan vender al resto del mundo. En este 2020 el proceso electoral —en el cual el voto popular tiene una importancia secundaria— es un ejemplo. Más de 4 millones de votantes a favor de Biden no bastan, el Colegio Electoral es determinante.
La dilación del conteo de las boletas en estados clave mantuvo al país sin un presidente electo varios días después de los reñidos comicios y algunos observadores preguntan qué sucedería si esta situación de candidatos que reclaman la victoria antes del término del cómputo oficial, como hicieron el demócrata Joseph Biden y el republicano Donald Trump, hubiese ocurrido en cualquier otra parte del mundo. Trump, en declaraciones consideradas irresponsables y criticadas hasta por miembros de su propio partido, habló de corrupción, fraude y del robo de la elección por su oponente sin brindar evidencia alguna.
Ha sido elegido el 46 Presidente de los Estados Unidos el demócrata Joe Biden, llega a la cumbre de su carrera política más tarde de lo que le habría gustado y con una dilatada experiencia política que se ha convertido en rémora y aval al mismo tiempo.
Nació el 20 de noviembre de 1942 en Pensilvania –si llega a la Casa Blanca sería el presidente de mayor edad, con 78 años–, aunque es en Delaware donde desarrolló el grueso de su carrera política. Desde que tenía 29 años, y durante los 36 posteriores, fue senador por este estado. Su carrera en el Senado arrancó con una tragedia, ya que poco después de salir elegido por primera vez, en 1972, su familia sufrió un accidente de tráfico en el que perdieron la vida su mujer y su hija de un año y que, según cuenta él mismo en sus memorias, le llevó a pensar en quitarse la vida.
Sus otros dos hijos, Beau y Hunter, resultaron heridos y fue en el hospital donde estaban ingresados donde juró el cargo. Cinco años más tarde, contrajo matrimonio con su actual mujer, Jill, con quien tuvo otra hija. Su hijo Beau, que llegó a ser fiscal general de Delaware, falleció de cáncer en 2015, en pleno debate sobre la posibilidad de una tercera candidatura a las primarias del Partido Demócrata para ser aspirante en las elecciones de 2016, en las cuales sonaba como uno de los favoritos.
Biden figuraba entonces como una de las principales bazas demócratas para mantener la Casa Blanca, después de haber estado ocho años a la sombra de Barack Obama como un fiel vicepresidente sin apenas escándalos. Cuatro años después, y tras un pulso con el senador Bernie Sanders en las primarias, sí se convirtió en el candidato llamado a desbancar a Trump.
Será el decimoquinto vicepresidente que logra ascender al principal cargo del país norteamericano, un hito inédito desde la victoria del republicano George H. W. Bush en 1989, después de ocho años de la mano de Ronald Reagan. Según expertos, proyecta una imagen de estabilidad que se acrecienta por el rival que tubo en frente, que rompió moldes a nivel discursivo y político durante su primer mandato en la Casa Blanca.
A nivel ideológico está considerado un demócrata moderado, algo criticado por figuras como Sanders, que reclamaban un giro más a la izquierda para batir a Trump. En términos generales, Biden no es un político que arrastre a las masas, lejos en cualquier caso de la ola de movilización que despertó en su día la candidatura de Obama. Sin embargo, el Partido Demócrata, escarmentado del fracaso de 2016, unió filas haciendo un frente común frente a Trump.
Biden tampoco representa una ruptura con la tradicional imagen del ‘establishment’ estadounidense –hombre, blanco, mayor–, algo que su campaña quiso contrarrestar al designar como compañera de fórmula a la senadora Kamala Harris, hija de inmigrantes y que sería la primera mujer en ocupar la Vicepresidencia de Estados Unidos. Harris, de hecho, figura ya en ciertos círculos como un potencial relevo en caso de que Biden llegue al Despacho Oval, habida cuenta de que arrancaría su hipotético segundo mandato con 82 años.
Trump llegó hace cuatro años como un huracán, un agente externo a la habitual clase política curtido a base de apariciones en la televisión e historias de éxito empresarial. Biden, por su parte, llega con toda una carrera política a sus espaldas y con su amigo Obama implicado activamente en la etapa final de la campaña electoral. En términos políticos, los dos temas por los que más ha tenido que responder Biden durante la campaña fueron la Ley de Control de Delitos Violentos de 1994, también conocida como ‘Ley Biden’, y las restricciones migratorias impuestas durante la primera etapa de la Administración Obama. El exvicepresidente reconoció en el último debate que ambos temas fueron un ‘error’.
Trump también aprovechó la carrera de Biden para afearle que ahora quiera adoptar reformas que pudo promover durante sus ocho años como vicepresidente e intensificó en estas últimas semanas sus ataques en relación a los negocios en el extranjero de su hijo Hunter, legales en opinión del presidenciable demócrata.
Finalmente, y tras días de tensión, hizo buenos los pronósticos de las encuestas, y se alzó con una victoria todavía pendiente del rendimiento de los demócratas en las elecciones al Senado de Estados Unidos — a la espera de una segunda vuelta en Georgia –, para conocer el grado de maniobra del que dispondrá durante su mandato.
Comienza quizás una nueva historia, fenecerá el trumpismo? O en realidad está tan arraigado en la polarizada sociedad estadounidense que continuará como el fantasma que asusta a la herida democracia norteña.