Un padre, hermanos, sobrinos, cuñados… seres queridos, fueron los que efectivos militares les arrebataron a la familia Ramírez Hernández hace 41 años, entre el 9 y 10 de mayo en 1982, a las faldas del volcán de San Salvador durante el conflicto armado.
El pasado 13 de mayo, la familia Ramírez, junto a amigos, vecinos, y miembros de colectivos históricos como CODEFAM, entre otros, conmemoraron y homenajearon la vida de sus familiares víctimas durante 1982.
En conjunto visitaron el cementerio Cantón San Isidro Los Planes San Salvador, en donde los restos de sus hermanos Rufino Ramírez y Teresa Pérez Ramírez descansan.
Con palabras emotivas, pero llenas de fuerza pese a las décadas que han pasado desde estos hechos, Carlota Ramírez Hernández, ante las tumbas de sus hermanos, reiteró su exigencia permanente de verdad y justicia.
“Han pasado 41 años y como familiares exigimos verdad, justicia, reparación y medidas de no repetición y la ley a favor de las víctimas del conflicto armado”, dijo.
Tras visitar las tumbas de sus seres queridos caminaron a la casa de Bernarda Ramírez, casa cercana en donde sus familiares fueron asesinados y desaparecidos.
Ahí mismo, se congregaron para hacer un acto de conmemoración y una misa en honor a los “mártires del volcán”.
Este caso es conocido también ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) como “Natividad Ramírez y otros contra el Estado de El Salvador”. El caso fue presentado en 2004 por el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (IDHUCA) y a nombre de Carlota Ramírez, como representante de sus familiares.
Según el acta en la que fue admitido el caso por este organismo, el 10 de mayo de 1982, en horas de la madrugada, en la casa en donde se encontraba Carlota Ramírez se presentó un sargento con intenciones de capturar a Alejandro Ramírez, quien logró escapar.
Los soldados registraron su casa, pero no encontraron a la persona que buscaban. “Cuando se retiraron los hombres, Carlota Ramírez fue a la casa de su padre, donde su hermana Marta Elba, le habría contado que alrededor de la media noche se presentó un grupo de hombres armados con fusiles G-3, vestidos de deportistas y con pañoletas en la frente. Le informó que los hombres capturaron a su hermano Rufino Ramírez y cuando intentó escapar lo asesinaron; que asesinaron a Teresa Ramírez, porque reclamó a los hombres armados y que detuvieron a Natividad de Jesús Ramírez, Guadalupe Roble y a los niños José Elías y Jorge Alberto Ramírez. A la fecha se desconoce su paradero”, detalló la acta de la CIDH.
En agosto de ese año, Salvador Ramírez, otro de sus hermanos, fue capturado por “sujetos vestidos de civil, que se conducían en un camión del Ejército y trasladado a un lugar denominado La Periquera”. A la fecha se desconoce su paradero.
La Familia Ramírez aseguró que por años han pertenecido o participado en actividades católicas o religiosas. En el caso de sus familiares asesinados en 1982, señalaron que “su único crimen fue ser catequista”.
Madre Carlota aseguró que Rufino Ramírez, uno de sus hermanos asesinados, era quien les llevaba a congregarse en la iglesia debido a que él era un rezador, alguien a quien acudían las personas para orar en velorios. Asimismo, sus demás hermanos y familia siguieron la misma devoción y fe por crecer en una comunidad eclesial de base.
El sacerdote Jaime Dubón, quien ofreció la misa en la casa de Bernarda, sostuvo que la vida de todas estas personas asesinadas y desaparecidas por efectivos militares “brillan como chispa en un cañaveral”, destacando su labor como “hermanos” de fe y su ejemplo para todos los demás.
Durante la misa la familia Ramírez también presentaron ofrendas en honor a los ‘’mártires del volcán‘’. Entre ellos, las fotos de Teresa de Jesús Pérez Ramírez, un cuadro enmarcado con la foto Salvador Ramírez Hernández, un cuadro enmarcado con el nombre de Natividad de Jesús Ramírez, el libro de los ‘’Testigos de la fe en El Salvador‘’ y el libro de ‘’La Emboscada‘’, en honor a los cuatro periodistas holandeses asesinados en el mismo año.
«Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos», fue una de las consignas de la familia Ramírez, sus amigos, vecinos que le acompañaron a conmemorar a sus seres queridos, que, pese a que este caso continúa en la impunidad, la exigencia de verdad y justicia resuena desde las faldas del volcán de San Salvador.
Con edición de Diego Hernández