Ante un auditorio sensibilizado con la causa de la UCA, la cinta “Llegaron de noche” de Imanol Uribe, un vasco nacido en San Salvador, trajo a la noche del 31 de mayo una profunda herida en la historia de El Salvador y España, pero sobre todo la férrea voluntad de la Compañía de Jesús de acompañar al sufrido pueblo salvadoreño.
Por Carlos Portillo
El sacerdote José María Tojeira era el provincial de la Compañía de Jesús cuando soldados salvadoreños recibieron la orden de masacrar a seis de sus compañeros y a dos de sus colaboradoras en la oscurísima madrugada del 16 de noviembre de 1989, momentos en que el ejército había perdido la iniciativa estratégica de la guerra. El FMLN llevaba cinco días bajo fuego, pero sacando adelante la mayor ofensiva guerrillera en una década, tomando posiciones y atacando el corazón del país.
Chema Tojeira, como le dicen sus amigos y conocidos, ha sido y es un agudo analista de la realidad de El Salvador, y, así como agudo, es mordaz en sus planteamientos, y así como mordaz, es irónico y simpático. Su testimonio a Imanol Uribe es uno de los que da sustento a la película “Llegaron de noche”, que cuenta la historia de Lucía Barrera de Cerna, una mujer valiente, la única persona que vio a los soldados tras cometer el crimen.
Al huir a Miami, Estados Unidos, (saliendo del país con protección del gobierno de Francia) Lucía vivió un calvario junto a su esposo Jorge y su hija Geraldina, una bebé de dos años. El Buró Federal de Investigaciones (FBI, por su sigla en inglés), en complot con un alto mando militar salvadoreño –según recrea la cinta- la interrogó duramente tratando de que cambiara su versión de los hechos.
Querían que mintiera públicamente e inculpara a la guerrilla del crimen de los jesuitas, una versión que daría oxígeno a lo dicho por el gobierno de Alfredo Cristiani y los militares, que ahora sabemos que conspiraron y decidieron acabar con la vida de los sacerdotes.
Es Tojeira y María Julia Hernández, la icónica defensora de derechos humanos que trabajó al lado de Monseñor Romero, quienes en una agonizante carrera por proteger la vida de la única testigo de la Masacre de la UCA, ayudan a Lucía en su salida a Miami.
Juana Acosta, actriz colombo española, interpreta con calidad la sencillez de Lucía, una mujer que escena tras escena se engrandece en su sufrido periplo desde Soyapango hasta la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), donde trabajaba en labores de limpieza.
Huye a pie con su familia del horror de la ofensiva, buscando el refugio de los curas jesuitas y alimentos que escaseaban por la guerra. Esa situación la convirtió, esa misma noche, en la única testigo de la matanza, tras ser albergada en la UCA por autorización del padre Martín Baró.
La cinta de 107 minutos se pasea entre los interrogatorios a Lucía y las vivencias de su pasado reciente en El Salvador con los jesuitas. Recrea la masacre, sin exacerbar la violencia, pero deja nudos en la garganta de quienes aún lloran este crimen de lesa humanidad, el cual sigue impune.
Los sacerdotes “eran las mejores personas del mundo”, se le escucha decir a una acongojada Lucía en medio de uno de los interrogatorios con los agentes estadounidenses y el militar salvadoreño, presentado como psicólogo y compatriota.
En el filme, la recreación de la época es excepcional, y los diálogos –librando los leves acentos colombianos- son significativos a medida evoluciona la historia.
Es Ignacio Ellacuría, el rector de la UCA, quien da en una frase el nombre a la película. Si les mataban de día era la guerrilla, si les mataban de noche era el ejército. Los verdugos vestidos de verde olivo y armas de guerra llegaron con la oscuridad de la noche.
El estreno en El Salvador fue posible gracias a la embajada de España. En este estreno en la UCA estaban presentes Tojeira y el embajador español Carlos de la Morena.
“Esta es la historia de una persona que anima. Como ella, conocí a mujeres y hombres impresionantes. Es una película de esperanza”, dijo Tojeira al finalizar la proyección.
El embajador de España también fue enfático: esta película nos recuerda un hecho muy doloroso en nuestra historia compartida, pero también el papel de los jesuitas en la educación y su brillante rol en el pensamiento crítico.
Los jesuitas siempre han estado “en búsqueda de un mundo más justo y una sociedad más equitativa”, expresó el diplomático.