Más de doce meses han transcurrido desde que Víctor Barahona, un periodista comunitario en el ahora distrito de Apopa, fue liberado después de casi once meses privado de libertad. Su caso es el primero documentado sobre un periodista salvadoreño capturado y detenido desde que la Asamblea Legislativa aprobó el régimen de excepción por primera vez.
“Ya me lo habían dicho varios: ‘baja el tono, no están las condiciones dadas’. No creí que llegaran a tales extremos”, sostuvo Barahona en una entrevista exclusiva con VOCES Diario digital.
Barahona fue detenido el 7 de junio de 2022, durante las primeras prórrogas del régimen de excepción, en Apopa. Lo llevaron a una delegación con esposas en sus manos, le tomaron fotografías y lo acusaron de ser un presunto “colaborador de pandillas”. Ese fue el inicio de una odisea de casi un año.
Barahona permaneció privado de libertad en el centro penitenciario “La Esperanza” y luego, en el centro penal de Izalco.
“Cuando yo llego, especialmente al penal de Izalco, se borra el caset que llevas y empiezas a vivir otra vida. En ese lugar es donde fui torturado psicológica y físicamente. No es fácil ver muchas cosas que sucedieron ahí o siguen pasando, en donde no tenías acceso a la medicina, en donde piensas que ahí vas a morir, que no saldrás vivo, donde te tratan peor que un animal”, expresó.
Según relató a VOCES, para Barahona eran muchas veces imperceptibles los días y las horas que pasó dentro y sin comunicación al exterior, ni siquiera con su familia. El único contacto fuera de aquellos muros fueron los paquetes alimenticios, que, aunque incompletos llegaban hasta él, sus seres queridos mandaban.
En medio de ese oscuro escenario, Barahona siempre tuvo en firme un pensamiento al que pudo mantener casi todo el tiempo: “yo voy a salir de este lugar”. Este pensamiento recorría frecuentemente su mente, seguido de cuestionar si sus amigos, vecinos, conocidos, la sociedad, lo rechazarían tras ser un privado de libertad, aún sin haber cometido un delito.
Sus días detenido, más de un año después, viven en su mente como el día en que sintió morir o el día que recibió la noticia que finalmente saldría de aquel lugar, de aquella celda 48.
“Víctor Barahona no va a olvidar el día que estuvo a punto de morir. Era fiebre y fiebre. Mis compañeros decían que yo deliraba. No voy a olvidar a un joven cuando yo le dije, ‘yo te he dicho dónde vive mi familia, solo ve y diles a mis hijos, a mis nietos, que los amo y que me perdonen porque yo debo nada (…), por haber venido a la cárcel’.
El joven me dijo: “No, viejo, yo no voy a ir donde tu familia a decirles que te vi morir. Al contrario, vamos a ir juntos a decirles que salimos de este infierno”.
“Esas palabras no las voy a olvidar porque me dieron fuerza y esa fuerza me tiene aquí”, dijo Barahona.
Incluso, a la fecha, cicatrices de ese lugar permanecen en su cuerpo: son visibles en sus brazos cicatrices hechas por las enfermedades que el nivel de hacinamiento o antihigiene de lugares similares provocan en la piel humana.
“También me acuerdo del día cuando subió el custodio, con su radio aquí (en su hombro) y cuando esta sonó dijo: saquen de la celda 48 a Víctor Barahona. Ese era mi nombre y empiezan todos (lo de la misma celda) ‘ya te vas’, ‘hoy vas libre’. No creía porque muchos a esas horas, la Fiscalía llegaba y les leían otros delitos y otros los mirábamos venir recapturados”, relató.
Fue, finalmente hasta el 19 de mayo, que aquella noticia se concretaría y Barahona vería finalmente la luz desde el exterior de muros penitenciarios. Ese día un custodio llamó al periodista por su nombre, le indicó salir de la celda, y, junto a otros privados de libertad más, le tomaron fotografías y lo subieron a un vehículo para transportarle a una caseta al exterior del centro penal. Estando afuera, la libertad le esperaba.
De los once privados liberados ese día de junio, únicamente llegaron cuatro familias, todas de Sonsonate. “Yo me voy a llevar al señor de Apopa”, escuchó Barahona. Se trató de una señora que firmaría por él y lo acercaría donde sus familiares vivían. Nunca supo quién fue esa mujer.
“Lo primero que quería era ver a mi familia, pero iba enojado con ellos porque no habían ido a traerme. Llegamos a Apopa y me dice -la señora-, ‘lo voy a dejar hasta su casa’. No, déjeme en una gasolinera cerca”, le dijo Barahona.
“Eran como las 9:30 de la noche. Habían terminado mi hijo con la esposa de trabajar. Ahí sentado lo agarro de espalda, lo saludo, y solo veo que mi hijo se voltea: ‘papá, ¿y eso?, mira cómo venís’, me dijo y se pone a llorar”, recordó. Sus hijos y demás familiares no habían sido notificados sobre su liberación. Posteriormente, junto a su hijo, fueron a visitar a su otra hija, quien padecía de la depresión por la incertidumbre y zozobra de la captura de su padre.
Ahora que Barahona ha recobrado su día a día, junto a su familia, incluso su labor como periodista salvadoreño, este sostuvo que su detención “solo era para silenciarme”. Frente a este contexto, incluso, señaló que se ha visto obligado a “bajar el perfil” a diferencia de sus antiguos días en programas más críticos de injusticias sociales.
Como el primer periodista que ha sido encarcelado en el marco del régimen de excepción, Barahona consideró que su caso, así como todo el escenario completo de El Salvador, es una muestra de lo complejo que se ha vuelto hacer periodismo. “Se ha venido incrementando el acoso a la prensa. Vienen años más difíciles. El gobierno tiene que ser accesible a la crítica constructiva. La prensa no es enemiga del Estado y, un país, si no tiene periodistas, se callan las voces y las voces no tienen que callar, las voces tienen que seguir sonando y tienen que seguir pidiendo justicia”, expresó.
Debido a su odisea, su experiencia, Barahona llamó a todas las personas periodistas salvadoreñas a unirse para defender las libertades de prensa y expresión, y para continuar denunciando las vulneraciones y violaciones a derechos humanos.
“No quiero que otro periodista vaya a terminar preso”, reiteró.