A más de 100 kilómetros de San Salvador, se encuentra el cantón El Higueral, en San Francisco Morazán, departamento de Chalatenango. Ni el difícil acceso por los caminos pedrosos, y tampoco la poca o nula señal de internet y teléfono, año con año, recuerdan las vidas de las víctimas civiles arrebatadas por manos de militares.
Mientras que el 14 de febrero a escala mundial se celebra el día del amor y la amistad, en dicho cantón chalateco, decenas de personas, entre sobrevivientes y familiares de víctimas, conmemoran 43 años desde que se perpetró la masacre de El Higueral.
De acuerdo con los sobrevivientes de aquel crimen, el 14 de febrero de 1981, efectivos militares invadieron la zona con fusiles, armamento pesado y una excusa: «son colaboradores». De 300 a 500 civiles, incluido, niñas y niños, mujeres, adultos mayores, fueron asesinados, torturados y violados.
La masacre se desarrolló en dos lugares. El primero, en el cantón El Higueral, en donde las casas, proyectos de vida, sueños, fueron pulverizados. Para entonces, esta zona era poblada con originarios de ahí, pero también de otros cantones de los que huían civiles ante la represión militar.
El segundo lugar fue el río Jute, cerca de El Higueral. Río que, en febrero de 1981, según relatos de la misma población, cambió su color y apariencia cristalina, a uno enrojecido, cuyo único reflejo eran los cadáveres que ahí quedaron.
Ahí, fue donde iniciaron la actividad conmemorativa este 14 de febrero de 2024. «Este es un río santo porque ahí murió gente que no tenía armas. Solo tenía cumas, machetes, porque eran campesinos. Es un río santo por respeto y amor a nuestros mártires», dijo José Arnoldo Abrego, quién perdió al menos a dos familiares durante la masacre El Higueral.
Abrego detalló a VOCES que este caso fue presentado a la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas. Sin embargo, este no fue incluido en un informe final que reunió y expuso otros hechos de graves violaciones a derechos humanos como la masacre de El Mozote y lugares Aledaños, la de El Sumpul, entre otras.
Para Abrego, está ha sido una de las razones por las que el caso no ha sido conocido a gran escala en el territorio salvadoreño. Empero, rescata que el testimonio (un joven de 15 años) presentado a Naciones Unidas señala como responsables de este crimen al Batallón Atlacatl, en conjunto a la Guarda Nacional, y presuntamente con efectivos del ejército hondureño reconocido por el sobreviviente que testificó por qué estos se diferenciaban por tener un casco negro con una franja blanca.
Cristóbal Gutiérrez, uno de los originarios de dicho cantón y que sobrevivió a la masacre, también recuerda con detalles lo sucedido. Detalló que él, junto a su abuela Ángela Gutiérrez, lograron escapar. «De aquí (el cantón) huimos. Nos aventamos al monte. Había gente de un montón de lados. Ángela Gutiérrez, mi abuela. Ya no aguantaba», dijo.
Según, Gutiérrez, los asesinatos en el río Jute, a donde fueron con su abuela para esconderse y donde luego fueron capturados, fue la parte de la masacre más grande. «Había mucha gente masacrada. Por lo que yo vi era gente muerte, en las pozas, gente que estaba con los miembros de afuera (…) aquí fueron violadas, capturadas (…) Todo lo que hace un malhechor», sostuvo. Durante la perpetración de la masacre, Gutiérrez apenas tenía 7 años de edad.
Tras otros capítulos de su vida en el contexto del conflicto armado, Gutiérrez, ahora de 50 años de edad, decidió volver al cantón, en cual fue repoblado en 1988. «A la fecha, ya han muerto algunos sobrevivientes. Qué más nuevas generaciones conozca estos hechos, que no se olvide y no se vuelva a repetir», agregó.
En el río Jute, las personas se congregaron y desarrollaron una ceremonia en honor a los masacrados. Colocaron un manto en el suelo, en su alrededor piedras, velas fueron encendidas por sobreviviente, niños y jóvenes, y también fueron colocados crisantemos, hojas con algunos de los nombres de la vida de los civiles arrebatados, y entre todo esto, juguetes, en honor a la niñez que además de arrebatarles la vida, les arrebataron sus futuros.
Tras la ceremonia en el río Jute, con cánticos y consignas, los sobrevivientes, familiares de víctimas de la masacre, junto a otras personas que acompañaron la actividad conmemorativa, caminaron en dirección al cantón El Higueral. Ahí, se llevó a cabo una misa, el miércoles de ceniza, colocándole a todos los religiosos una cruz en sus frente y además.
Si bien, los datos son difusos, el caso no es conocido, pero la exigencia de la población y de la vida de los masacrados en El Higueral, Chalatenango, que aún viven, es unánime y clara: ellos quieren verdad y justicia a 43 años de estas graves violaciones a sus derechos, a sus vidas, a sus sueños, sus futuros.
Con edición de Morena Villalobos